jueves, 17 de octubre de 2013

Yo no soy conductista, el mundo me ha hecho así.

Iba a escribir un post sobre por qué la libertad es una mierda: si todos fuésemos libres, tendríamos que culpar (sin excusas) a todos los cabrones del mundo por todas las hijoputadas que hacen, que no son precisamente pocas (lo aclaro por si estaba leyendo esto algún extraterrestre, los demás ya  conocemos este mundo), y luego deberíamos preguntarnos por qué nosotros mismos no hacemos nada para cambiarlo (y recuerda: somos completamente libres, no valen excusas ni circunstancias ni mi perro se comió mis deberes de ética). Así que la conclusión sería que en el mundo hay dos clases de personas: hijoputas por acción e hijoputas por omisión.
Pero mientras pensaba en todo esto se me cayó un electrón por el desagüe y me volví positivo y empecé a alabar las bondades del determinismo. Si estamos determinados ya no somos culpables de nuestros actos y podemos volver a usar las excusas. ¡Ufff! ¡Qué horror! ¿Se imaginan un mundo sin excusas? ¿No poder librarte de comer con la suegra los domingos? ¿Y cuando llega tu maromo/a a casa después de un duro día de trabajo con los pies hechos polvo (y no hace falta que te lo diga porque ya te lo imaginas por los litros de sudor y el OLOR) y te pide que le hagas un masaje en los susodichos elementos anatómicos requesoneros? ¡Qué haríamos sin excusas! Tendríamos que ser honestos y sinceros y aprender a decir que no (con la correspondiente abstinencia sexual forzada esa noche), ¡el apocalipsis! Vivan las excusas social y biológicamente determinadas. Y el que eche de menos la libertad que piense en un tiranosaurio intentando hacerse libremente una paja.

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