jueves, 19 de diciembre de 2013

Material sin estrenar

¡Ufff! Menuda papeleta se me venía encima, llegan las vacaciones de navidad y yo sin excusas para no dar palo al agua en el blog porque ya hice un recopilatorio de mis mejores post hace sólo unos meses. Por supuesto, podría hacer un nuevo recopilatorio con los mejores post desde el último recopilatorio hasta ahora, pero sería muy fácil... Y todo lo que es trabajo fácil hay que guardarlo como oro en paño para el día en que no tenga ganas de trabajar (menos de lo habitual, quiero decir). Así que me he sacado de la chistera algo genial: ¡Material sin estrenar! He cogido algunos viejos escritos nunca antes publicados y los voy a ir posteando durante estas navidades. Vamos, como cuando te sacan un disco "nuevo" de Hendrix. Y por supuesto, ¡Feliz Navidad y Empobrecido Nuevo Año de Crisis!




http://economia.elpais.com/economia/2013/12/19/actualidad/1387441935_045836.html

Así que sin más preámbulos, los dejo con esta vieja historia que llamaremos "Pensar en algo agradable":



   La brisa fresca sobre el rostro y el olor a tierra mojada se mezclaban con el aroma a chocolate que emanaba de la taza que calentaba mis manos, sentado en el porche de la cabaña, viendo caer la lluvia delante de mí...

   ¡Y una mierda! Es agosto, son las 4 de la tarde, y hace un calor infernal. Las únicas gotas que hay aquí son las de mi propio sudor cayendo sobre mis apuntes y ... ¡Joder, mis apuntes! Se me ha corrido la tinta. ¿Qué pone aquí? ¿Acetilcolina y catecolaminas? ¡Uff! Me rindo. Tengo que salir afuera cinco minutos, la biblioteca está abarrotada. No sé a quien puñetas se le ocurrió aquello de pensar en algo agradable para relajarse. Pensar en la lluvia sólo me hace tener más calor. Salgo, busco a alguien. “¡Eh, tío! ¿Tienes un tabaquito? ¡Uff! Gracias”. Lo enciendo y me envuelvo en humo. A veces pienso que soy como un cigarro, que cada día es una calada y que me voy convirtiendo en humo.

   La biblioteca de la facultad tiene una cristalera como pared frontal. Se ve a casi todo el que está dentro. Ahora mismo los estoy observando, sentado en la escalera de enfrente, como a peces inmóviles en un acuario atestado y aburrido. Ya ha llegado el momento: entro sigilosamente como un perfecto depredador marino, oliendo su sangre a kilómetros como los tiburones. Pero nadie sospecha de mí, voy disfrazado de sardina. Sonrío a la encargada mientras entro, una sonrisa torva y taimada que esconde lo que nadie quiere ver. Entonces abro la mochila y saco mi Kalashnikov y decoro las estanterías con vivos colores, rojo sangre y morado de vísceras. ¡Qué ironía! Vivos colores, cuerpos muertos. Disparo y disparo y cada ráfaga que resuena me devuelve el eco de la muerte y los gritos entonan una ópera de Verdi como un maníaco coro de gitanos y se cruzan Groucho, Harpo y Chico y mi AK sigue riendo y el diccionario de inglés es más bonito adornado con sesos y suenan gemidos y plegarias de auxilio ¡Ja, ja, ja...! Oigo los gritos, alguien me llama “¡Eh, tío! ¡Hey!

-¡Espabila!
-¿ Qué? ¡Ah! Eres tú - le respondo.
- Vamos a la cafetería a tomar una cerveza, ¿te vienes?
- Sí, ahora. Guardo mis cosas y voy enseguida.

   Tiro la colilla contra el suelo y exhalo mi última ración de humo. Después de todo, a 
veces sí funciona pensar en algo agradable.

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